23 octubre 2008

AL FILO DE LA ESPERANZA

Desde hace unos años, diferentes sectores de la vida nacional vienen advirtiendo la decadencia moral de nuestra sociedad, los más recientes acontecimientos nos confirman esa triste realidad.

La profunda crisis ética se ha ido incorporando como parte de nuestra vida social con una preocupante pérdida de valores.

Hay un aislamiento y un alejamiento peligroso de los valores que permitieron construir la sociedad en que vivimos.

Valores esenciales como la bondad, la honradez o la fidelidad se han devaluado a expensas de otros intereses como el poder, el dinero, la influencia y el placer.

A veces nos quedamos espantados con los titulares de las malas noticias, y a las personas que involucran.

Por eso muchos jóvenes a quienes servimos de orientadores en las diversas universidades del país, se cuestionan sobre el enorme sacrificio que realizan muchos de ellos para convertirse en profesionales y las oportunidades que se le podrán presentar en el futuro.

El peso de la influencia de la familia y la escuela han quedado de lado; el establecimiento y pauta de lo deseable y meritorio, de lo aceptable y de lo bueno, vienen signados por las sumas que puedan percibir de la forma más rápida posible y la manera non santus en que alcanzan una posición determinada.

De ahí tantos espectáculos desagradables de que hemos sido testigos: secuestros, narcotráfico, corrupción administrativa, contrabandos, desfalcos y muchos otros flagelos similares.

A veces vemos con estupor como personas llamadas a servir de guardianes, orientadores y educadores de nuestras familias, se adhieren a esta vorágine delictiva para cometer hechos abominables que sólo revelan el penoso manto de perversión y desasosiego que se adueña de nuestra sociedad.

El pasado fin de semana se celebraba la Conferencia Internacional de las Américas (CILA 2008) y al ver esa cantidad de jóvenes de todos los colegios nacionales, con una preparación académica extraordinaria, con altos niveles de excelencia y que se preocupan por su país, uno siente que en la República Dominicana tenemos grandes esperanzas en el porvenir.

Muchos de ellos se acercaban a mí con todas estas interrogantes sobre el futuro de nuestra patria, encontrando siempre mi encomio a seguir adelante, a continuar su preparación académica, a incentivar su deseo de construir la patria que tantos anhelamos, a pesar de esa realidad contrastante que tantas veces nos arropa.

Aunque muchas veces pensemos que estamos al filo de la esperanza, tengo fe que con optimismo, trabajo y educación podremos revertir estos males globalizados