24 julio 2008

LA SOBERBIA


Las escrituras sagradas señalan la soberbia como el mayor de los pecados capitales y la raíz de los otros seis, ya que no sólo entraña el orgullo de sí mismo, sino también el menosprecio de las virtudes de los demás.

El ejercicio de la soberbia es básicamente el deseo de ponerse por encima de sus congéneres, cobijado en una “condición determinada” o una “posición transitoria”, como lo es todo en la vida, tratando de demostrar su supuesto “poder” a todo el que le rodea.


Normalmente esta actitud tiene íntima relación con su educación básica, las limitaciones experimentadas en algunas etapas de su vida y la forma abrupta con que obtiene alguna designación o recursos, sin estar preparado mentalmente para asumir esa nueva condición.

Entonces ahí viene de manera casi automática “el desenfoque”, cuando el individuo pierde la perspectiva de la realidad colocándose por encima de sus semejantes, haciendo galas de fatuas posturas, y la mayoría de veces tratando de enrostrarle a los demás su grandeza.


Los soberbios siempre andan con una desmesurada escalada de la autoestima y en búsqueda de la cima ante los demás. Pero se olvidan que todo es efímero, y puede cambiar tan rápido que quedan en posturas delicadas. Esas caídas suelen transformarse en tragedias que no pueden superar en sus vidas.

Desde temprana edad he tenido una sensibilidad especial para captar qué hay del otro lado de cada planteamiento, o lo que el otro calla. Entiendo que este es un ejercicio de deducción lógica, cuando muchas veces me paso largo tiempo observando las actitudes de una persona o escuchando con detenimiento y en silencio sus aseveraciones, para irme formando un juicio determinado del individuo.

Este ejercicio me ha permitido establecer que mientras más poder real tiene una persona, de manera más humilde se manifiesta.

He tenido el honor y la dicha de conocer y conversar con más de 40 Jefes de Estado de los cinco continentes, y en su gran mayoría -hasta en aquellos con ejercicios autocráticos de la autoridad- existe una impresionante humildad que contrasta con el enorme poder que ejercen.

San Agustín decía que “la soberbia no es grandeza, sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano. Detrás de su apariencia de grandiosidad el soberbio esconde su propia flaqueza. Es el dime de qué presumes y te diré de qué careces. La soberbia es debilidad, mientras que la humildad es fuerza. El soberbio puede ser inteligente y astuto, pero sólo en la virtud está la sabiduría”.