03 abril 2008

LA REVOLUCIÓN DE AZAFRÁN



Birmania, el país más grande del sudeste asiático, que junto a Laos y Tailandia conforma el llamado “triángulo de oro” por el cultivo mundial de opio y fabricación de heroína blanca, es una nación compuesta por 14 estados que se le cambió el nombre por “la Unión de Myanmar”.

Desde el año de 1962 está dirigida por una dictadura castrense, que no obstante realizó unas elecciones parlamentarias en 1990, ganadas abrumadoramente por la Liga Nacional para la Democracia, y cuyos resultados fueron desconocidos.

La Premio Nóbel de la Paz (1991), Aung San Suu Kyi, es la cabeza visible de la oposición al régimen desde finales de los 80, quien se ha pasado casi toda la vida en consecutivos arrestos domiciliarios que se han prolongando hasta el día de hoy.


El 15 de agosto de 2007, el gobierno birmano decidió incrementar los precios de los combustibles, tanto la gasolina como el diesel se elevaron al doble, y el gas comprimido usado en los autobuses superó cinco veces su costo.

Decisión que repercutió en los precios de los productos de primera necesidad en todo el país.

A partir de esa subida descrontrolada de precios, se fueron dando manifestaciones de los diversos sectores birmanos, -incluyendo los monjes budistas-, que exigían la rebaja de los precios.

Estas protestas espontáneas a causa del costo de los carburantes, y la brutal represión del régimen militar, fueron los detonantes del surgimiento de un movimiento, que de una simple protesta pasó a convertirse en una campaña para promover cambios políticos y sociales en Birmania, denominada “la revolución de azafrán”.

Unas 25.000 personas, entre ellas 15.000 monjes budistas y otra gran cantidad de simpatizantes, se congregaron en las calles de Rangún. El 23 de septiembre de 2007, para manifestarse a favor de la democracia.

La Junta Militar prohibió tomar fotos de las protestas e incluso se llegó a restringir el acceso a Internet en todo el país, aunque debido a las presiones internacionales fue restaurado a los pocos días.

En Birmania se ha gestado una crisis irreversible, cuyos puntos claves para una salida son que los diversos sectores nacionales puedan fortalecer el movimiento no violento de protesta de los monjes budistas, y que la comunidad internacional promueva propuestas que auspicien el diálogo entre el régimen militar y la oposición, para facilitar efectivamente una transición hacia un régimen democrático, encabezado por civiles.