19 junio 2008

EL CLUB DE LA MISERIA

Paul Collier, profesor de economía de la Universidad de Oxford, en su libro “El Club de la miseria” expone una tesis sobre la evolución económica contemporánea del mundo.

A la vez que reconoce el progreso alcanzado en las cuatro últimas décadas por muchos de los países en vías de desarrollo -especialmente los hispanoamericanos y los asiáticos-, que han experimentado estabilidad económica y crecimiento sostenido, aún subsisten más de mil millones de personas que viven en condiciones de pobreza extrema en el mundo, que constituyen su denominado “Club de la Miseria”.

Las naciones socias de este paupérrimo club son en su mayoría países africanos, con características propias de “estados fallidos”, donde el estancamiento del desarrollo se pone de manifiesto como consecuencia de las crisis endémicas que han sufrido en su historia, normalmente afectados por conflictos armados, el problema del agua y los recursos naturales, la inestabilidad política, las migraciones a caudales y otras circunstancias similares que han reprimido sus posibilidades de progreso.

Collier describe con crudeza los problemas que se han presentando en los países socios del “Club de la miseria”, y su experiencia en el Banco Mundial y el Gobierno británico le permitieron percibir directamente, la mayoría de veces –in situ- en esas naciones, la magnitud de las situaciones, y las inconmensurables dificultades para superarlas.

Pero cuando el autor esgrime sus juicios de valores es que nos damos cuenta de sus sesgadas apreciaciones producto de un “ultraconservador capitalismo”.

Sus descarnadas ideas a veces espantan. Explaya con una crueldad manifiesta que “las bajas en un conflicto armado son necesarias si hablamos de restaurar la paz”, o que “los salarios bajos son necesarios para atraer inversiones y generar prosperidad”.

No visualiza otra alternativa que el mantenimiento de un “capitalismo radical” que entiende como doctrina imperante en la economía global, y que las naciones del “Club de la miseria” están atravesando “una etapa transitoria hacia una riqueza que los pondrá en situación de igualdad con los países desarrollados en un plazo muy breve”.

Estos radicalismos están desfasados en estos tiempos.

La Comunidad Internacional se ha fijado unos objetivos del milenio, que han propiciado que los gobiernos del mundo emprendan la tarea de buscar modelos de desarrollo eficientes que conjuguen el crecimiento económico con la inclusión social, ambos elementos indispensables para mejorar la calidad de vida de los habitantes de la humanidad.